CRÍTICA DE:
'Lluvia pequeña', de Garth Greenwell: el enfermo imaginador
NArrativa
Todo transcurre en el más inamovible y sedentario de los lugares: una habitación o 'celda' de hospital de Iowa a la que ingresa el poeta/profesor aquejado por grave e inesperado mal
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Cuanto en 2016 Garth Greenwell (Kentucky, 1978) publicó 'Lo que te pertenece' (que ya había sido preanunciada cinco años antes con la novela corta Mitko) ascendió de inmediato a lo más alto de la literatura gay. Allí, de pronto, Greenwell (Kentucky, 1978) codeándose — ... y bien merecido se lo tenía—con grandes nombres como los de Edmund White y Alan Hollinghurst y Michael Cunningham.
Allí, con narrador poco confiable y pinceladas de Isherwood y, Proust y Mann y Forster y Baldwin, Greenwell (pero también de encuadres y ángulos y rasgos estilísticos de Kundera, Bernhard, Sebald, Ishiguro y los 'neo-flâneurs' Lerner y Cole y Dyer, para los que viajar es, sí, un rito de iniciación hasta su final) Greenwell componía y ejecutaba, con feroz delicadeza, una historia de 'amour muy fou' hacia un volátil 'rent-boy' en el extranjero geográfico pero, también, más consciente que nunca que las intermitencias de un corazón son, siempre, otro planeta en sí mismo.
NOVELA
'Lluvia pequeña'

- Autor Garth Greenwell
- Editorial Random House
- Año 2025
- Páginas 292
- Precio 23,90 euros
La novela-en-relatos 'Pureza' (2020) insistía en personaje y situación y movimiento: no hay nada más extraño que el extranjero y allí —como en el pasado— hacen y se hacen las cosas de manera diferente.
Ahora, 'Lluvia pequeña' persevera en protagonista (Greenwell volvió a aclarar que no es autoficción aunque sí pasó por urgentes urgencias en 2020) pero altera el paisaje aunque, afortunadamente, se empeña en prosa y estilo y en su particular y muy sinuosa y sintaxis y elíptica manera de contar. Porque aquí todo transcurre en el más inamovible y sedentario de los lugares (una habitación o 'celda' de hospital de Iowa a la que ingresa el poeta/profesor aquejado por grave e inesperado mal) para así, para matar el tiempo que espera no lo mate, poner a correr su más que nómade memoria e imaginación.
Mientras, ahí afuera, campa a sus anchas y largas un invitado sorpresa llamado Covid-19. Así, 'Lluvia pequeña' cae y se eleva sobre esa pequeña y soñadora y húmeda línea que distingue pero no separa del todo al enfermo no imaginario del imaginativo imaginario del enfermo imaginador y a la novela de indeseable hospital de la más hospitalaria novela del deseo.
Su tiempo y lugar implica, inevitablemente, que este tercer libro de Greenwell sea menos carnal/sexual que los anteriores (a la figura del amante recién se le permite visita superadas las primeras cien páginas) y se imponga una cierta y muy intimista sensualidad mental y solitaria (pero nada masturbatoria) y que, por momentos, evoca aquí a los modales de Virginia Woolf y Marilynne Robinson y John Banville intensificados por las visiones cuasi-místicas e insomne/sonambulantes producto de los efectos del OxyContin.
Bienvenidos entonces a una novela curativa y saludable (porque lo que no mata fortalece) y a ser administrada con cuidado
En cualquier caso, de nuevo, problemas del corazón roto ahora potenciados por una aorta más que lista a desgarrarse y la incorporación de la jerga médica y lo corporativo a la hora del cuerpo como nuevo idioma que no sólo debe aprenderse a hablar sino que, además, se convierte en flamante poética. Lingua franca y esperanto técnico en el que el pálido físico rebosante de pronósticos se convierte en nueva forma de terror a la página en blanco que aquí se redacta con la evocación de estrofas ajenas y esos gorriones ya casi amigos al otro lado de la ventana. Y, claro, enseguida la certeza de que una experiencia tan singular y privada es, en verdad, una de las más universales y compartibles.
Así, 'Lluvia pequeña' —con su deambular quieto pero muy elíptico, con sus idas y vueltas desde lo inmóvil— probablemente no sea una novela para todos. Pero que sí —con un muy potente potencia de contagio— es de todos. Ya lo diagnosticó muy bien Susan Sontag: «Todo el que nace tiene doble ciudadanía, en el reino de los sanos y en el reino de los enfermos... Y tarde o temprano cada uno de nosotros está obligado, al menos por un tiempo, a identificarse como ciudadano de ese otro lugar».
Bienvenidos entonces —más allá de todo— a una novela curativa y saludable (porque lo que no mata fortalece) y a ser administrada con cuidado y en el más reverente de los silencios, del silencio hospital.
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