Héctor Abad Faciolince: «En Ucrania salvé la vida por azar, y enloquecí»
El 27 de junio de 2023, un misil ruso mató a trece personas en Kramatorsk. Faciolince, uno de los supervivientes, cuenta el suceso en 'Ahora y en la hora'
Lea aquí la crítica del libro

Héctor Abad Faciolince (Medellín, Colombia, 1958) fue a Ucrania a una feria del libro y, dejándose llevar, acabó tan cerca del frente de guerra que la guerra acabó por tocarle. Sucedió el 27 de junio de 2023, en una pizzería de Kramatorsk, mientras el escritor ... se saltaba la ley seca y bebía whisky como si fuera zumo de manzana. A las siete y media de la tarde, un misil con seiscientos kilos de explosivos impactó en el local: dejó trece muertos y más de sesenta heridos. Una de las víctimas fue la autora ucraniana Victoria Amélina, que estaba sentada en el lugar donde debía estar Faciolince.
Lo recuerda en 'Ahora y en la hora' (Anagrama), una obra que casi fue una novela pero que se despojó de toda la ficción para convertirse en una crónica en primera persona y un homenaje a Ucrania y a Victoria Amélina, una mujer que también abandonó la ficción para documentar los crímenes rusos. El texto se abre con una con una frase suya: «Las historias deben salvarse como sea, saltar de un cuerpo casi muerto a otro cuerpo vivo. Es su última oportunidad».
—Salvó la vida por azar: se cambió de sitio en la mesa porque no escuchaba bien del oído derecho, y Victoria Amelina, que ocupó su lugar, falleció. ¿Cómo se vive después de eso?
—[Suspira] Todo el día ocurren cosas azarosas, permanentemente, pero cuando ocurre algo por azar que es fundamental, que te quita o te salva la vida, eso… Eso es azaroso como cualquier banalidad, como que se derrame un vaso de agua y se te corra la tinta, un accidente que no importa mucho, pero cuando ese accidente importa mucho, la mente humana se enloquece. Yo me enloquecí. Decía: por qué, por qué, por qué uno se salva y otros se mueren, por qué uno se hunde y otros no, ¿por el destino, por la providencia o simplemente por la casualidad?
—...
—Yo creo que es por la pura casualidad, pero no deja de atormentarte la mente. Así como uno trata de ver en las nubes formas, uno trata de ver en las cosas que pasan sentido. Y no, no hay un sentido, está solo la casualidad. Aunque no es solo la casualidad, también hay voluntad. Hay una voluntad malévola y culpable de los que lanzan bombas o misiles sobre objetivos civiles, sobre restaurantes, pero también hospitales, escuelas, etc. Eso no es azaroso. Es azaroso que se mueran unos y otros no, pero no es azaroso el lanzamiento de un misil a un objetivo civil, eso no es azaroso. Es un acto deliberado y malévolo.
—El libro es la crónica de la supervivencia, de su viaje a Ucrania, pero también es un homenaje a Victoria Amelina y a su país.
—A veces uno se enamora de los países, desgraciadamente, por su sufrimiento. Y yo me he ido enamorando de Ucrania y de los ucranianos: los admiro y los quiero cada vez más por esta tragedia. Pero tal vez los países solamente existen o empiezan a existir en la conciencia de la gente cuando padecen mucho. Después de esta invasión y después de esta salvajada y esta masacre que ha cometido Putin en Ucrania… nunca antes había existido tanto Ucrania como ahora. Nunca antes se había ganado tanto el derecho a ser un país de verdad, independiente, como viene luchando, intentándolo desde hace siglos sin lograrlo. No hay duda de que Ucrania existe y que se ha ganado todo, ha hecho todos los méritos para entrar a la Unión Europea, que en el fondo es el origen del ataque de Putin: el miedo a que Ucrania sea un mal ejemplo para Rusia, para los rusos, porque escoge la libertad y la democracia contra el autoritarismo y la falta de libertad. Ellos han sido la cuña que detiene las ambiciones imperiales del país más grande del mundo, de uno de los más poderosos del mundo, al que parece que ningún territorio y ningún poder le basta.
«A veces uno se enamora de los países, desgraciadamente, por su sufrimiento»
—¿Le gustaría volver a Ucrania?
—Me gustaría, sí, pero no soy capaz hasta que no gane la guerra. Pero me gustaría mucho. Me gustaría mucho conocer la ciudad de Victoria, conocer Leópolis detalladamente, ir a la casa de ella, que ahora se va a convertir en una residencia para escritores. Además, Ucrania era un cruce de pueblos. Me gustaría ir a ver las huellas que quedan de los judíos exterminados, de los ucranianos exterminados, de los polacos expulsados, de los ucranianos asesinados por hambre o por deportaciones. Todo eso me gustaría verlo, pero no soy capaz ni por mí ni por mi familia de exponerme así otra vez, así que solo lo haré cuando gane la guerra.
—Le cito: «No escribo este libro para sentirme valiente, ni mucho menos para ponerme la hipócrita máscara del buen ciudadano que expone su vida por una causa justa. Lo escribo para confirmar mi cobardía».
—Yo trato de decir la verdad. Y creo que sería muy evidente si me presentara como el héroe que fue allí a exponer su vida. Nada de eso. Yo pensé que iba a una feria del libro muy segura y que iba a volver rapidito al otro día a la seguridad de Occidente. Y no, yo me dejé llevar porque soy manso. Porque me dejo convencer fácilmente, porque me cuesta mucho trabajo decir que no. Cero valor: falta de carácter.
—Afirma muchas veces que su vida no ha vuelto a ser la misma desde entonces. ¿Todavía tiene pesadillas con la explosión?
—No, eso es lo bueno. Escribir era horrible porque me obligaba a estar ahí. En cambio, haber escrito me libera de la responsabilidad de tener que recordar. La escritura es eso. La escritura sirve para librarte de la obligación de recordar. Y el olvido es una cosa muy necesaria para poder vivir. Si te quedas dándole vueltas y vueltas y vueltas a lo horrible que te pasó, al odio que te genera, a la ira que te da con los asesinos o con la gente que repite las mentiras de los asesinos... Nada. Si uno logra escribir eso y ponerlo en el papel, ese papel reemplaza tu memoria, ya es como si pudieras darle a un botón que dice: ya está, borra la parte del rencor, de la ira, de la repetición infinita de lo que pasó y dedícate a otra cosa.
—Dorothy Parker dijo: «Odio escribir, pero amo haber escrito». ¿Sufrió tanto escribiendo?
—La escritura no servía. La escritura me hacía tener pesadillas, me hacía soñar, porque además para escribir algo, desgraciadamente hay que obsesionarse con ese algo. Era muy raro, porque yo estaba deprimido, tomaba antidepresivos. Y los antidepresivos me impedían sentir el dolor y la tristeza y la angustia. Pero para escribir bien lo que había vivido, yo tenía que sentir tristeza, angustia y dolor. Era una lucha entre la química de los antidepresivos y mi deber de escritor de revivir las cosas con la intensidad con la que las viví. Para traducir una experiencia a palabras hay que revivirla, y es muy duro revivir la tragedia de ver que a una muchacha de la edad de tu hija hija la maten frente a ti [deja un silencio]. La escritura fue muy sufrida, no me salían los párrafos. Escribía mal, mal, como nunca. Veía un párrafo y decía: ¿pero qué es esto? Me equivocaba hasta en la ortografía, en la sintaxis: nada me salía. Fue muy difícil.
«Los antidepresivos me impedían sentir el dolor y la tristeza, pero para escribir tenía que sentir ese dolor y esa tristeza»
—Victoria Amelina explicaba que la guerra había trastocado su escritura: «Me doy cuenta de que la violencia ha destruido mi propio lenguaje». ¿Tenía que ver con eso?
—Victoria había renunciado a escribir novelas, había renunciado a escribir literatura infantil. Solamente de vez en cuando le salía un poema. Ella decía que el poema podía estallar como una granada, y que le salía sin puntuación, sin una sintaxis clara, y que eso era lo único literario que podía permitirse. El resto de su esfuerzo lo dedicaba a lo testimonial, a ser lo más precisa posible en la recopilación de datos para documentar los crímenes de guerra… Yo no podía hacer eso. Nunca decidí ser un periodista de guerra, ni fui allá para escribir ninguna denuncia. Fue algo que me cayó encima. Me cayó encima esta responsabilidad como nos cayó encima aquel misil. Me cayó una responsabilidad que yo siempre sentí superior a mis fuerzas. Pero sin fuerzas lo escribí. Con las pocas que tengo, haciendo de tripas corazón.
—En el libro narra la creación del movimiento latinoamericano Aguanta Ucrania. Y cuenta que le cuesta reunir apoyos, que muchos escritores prefieren no significarse. ¿Cómo se ve la guerra de Ucrania desde Latinoamérica?
—Es curioso, porque cuando empieza la guerra está todavía Bolsonaro, por ejemplo, que es extrema derecha y siente una gran simpatía por Putin. Y luego los gobiernos que se dicen de izquierda, como el de Venezuela, el de Cuba o el de Nicaragua, también brindan un apoyo incondicional a Putin. Y luego, cuando llegan gobiernos de izquierda se supone que un poco menos locos, un poco menos irracionales, como el de Petro en Colombia o el de Lula en Brasil, adoptan una posición o de neutralidad o de antiamericanismo automático. Gobiernos que decían: si Biden está a favor de Ucrania es que Biden está del lado equivocado de la historia, y hay que atacarlo. Y entonces Petro, por ejemplo, dice que él no sabría escoger entre Biden y Putin. Eso a mí me desespera. Porque entonces cuando ya viene Trump y les da la razón dicen: sí, en efecto, la culpa no es de Putin, la culpa es de Zelensky.
—¿Y cómo se traslada eso al mundo de la cultura?
—Con los colegas escritores o artistas o músicos no es nada fácil. Sobre todo en países como México o Argentina, encontrar personas que se quisieran unir al movimiento solidario con Ucrania fue muy complicado. Encontré mucho silencio, encontré mucha resistencia y mucha incomprensión. Yo me encargaba de eso, de la parte de los escritores o artistas. Pero Sergio Jaramillo, que se ocupa de los políticos, también encontró mucha resistencia. Pero era importante combatir la propaganda rusa. Porque Rusia compra gente, compra periodistas, para difundir sus justificaciones mentirosas de la guerra en Latinoamérica. Y era importante que hubiera voces no compradas por nadie, que estudiaran, que se enteraran y que explicaran qué era lo que realmente estaba pasando.
«Al escribir, el papel reemplaza tu memoria, y te permite seguir adelante. El olvido es una cosa muy necesaria para poder vivir»
—Insiste en que Putin es el peor dictador que ha habido en Occidente desde Hitler. Que es una de esas personas que están marcando la historia.
—Yo no creo que la historia sea como un río que nada puede detener. El historicismo piensa eso, es una idea marxista: que las fuerzas de la historia van mucho más allá de lo que piensan los hombres. No. Yo creo que es la decisión de algunos hombres, buenos o malos, los que dirigen las peores cosas de la historia. Yo no creo que la respuesta de Israel, por ejemplo, hubiera tenido las dimensiones criminales que tiene ahora si no fuera por Netanyahu. Y no creo que la agresión de Rusia hubiera sido igual si Putin no estuviera en el Gobierno, si Putin no fuera un resentido y un nostálgico de la Unión Soviética y un defensor de Stalin en últimas.
—Le cito otra vez: «Uno podría pensar que el amor, el deseo y las ganas de divertirse se suspenden en tiempos de guerra. Que todo es devorado por el miedo a morir (...) No es así».
—Es más, cuando sientes la muerte muy cerca, cuando sientes que te puedes morir en cualquier momento, como en el medioevo, que había pestes, guerras, atracos, salvajadas, hay mucha necesidad de cantar como los medievales: hoy comamos y bebamos que mañana moriremos. Hay algo que te recuerda el 'carpe diem': aprovecha este instante en que no suenan las alarmas aéreas. Hay mucha gente que se enamora en la guerra. De hecho Victoria nos quiso acompañar al frente porque quería despedirse de amigos y de soldados a los que ella quería y conocía mucho. Ella fue amorosamente a despedirse de sus amigos porque los iban a matar. Es todo tan paradójico… Yo creo que una guerra de defensa, no de agresión, y la guerra de Ucrania es una guerra de defensa, es un acto de amor, un acto para defender la posibilidad del amor, la posibilidad de construir la vida como uno quiere y no como te la imponga un autócrata como Putin. La guerra es horrible, pero es peor dejarse matar sin hacer nada.
—¿Usted podría llegar a matar por defender su país?
—Yo creo que hay un momento en que tú tienes que decidir: dejo que me maten, dejo que maten a mis hijos, dejo que me esclavicen y no hago nada o hago algo, hago todo, lo expongo todo con tal de que no me impongan la injusticia. Los ucranianos tomaron esa decisión y es... Yo, que no soy héroe, solamente lo puedo admirar y entender. Y hasta yo que soy cobarde, si llegara un invasor a matar a mis hijos, a mis nietos y a imponerme lo que debo pensar y lo que puedo publicar y lo que no, en esas circunstancias, con mi misma cobardía, creo que tomaría esa misma decisión. Es mejor una muerte digna que una vida indigna.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete