historia
Julián Casanova: «Franco estuvo siempre al tanto de la represión de Queipo de Llano en Sevilla»
El historiador acaba de publicar 'Franco' (Crítica), un ensayo clave para entender a un personaje esencial en la historia contemporáneo de España
«Resucitar» a Franco crea más polarización según los políticos sevillanos de la Transición

Julián Casanova (Valdealgorfa, Teruel, 1956) es un catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza de una profunda formación anglosajona. No en vano ha estado en muchas universidades estadounidenses. Este historiador acaba de publicar el libro 'Franco' (Crítica), un ensayo que ... va ya por su cuarta edición y que es fruto de un intenso trabajo de cuatro décadas de investigación sobre un personaje clave en la historia contemporánea de España que siempre genera polémica. Este riguroso estudio, elogiado por otros historiadores como Paul Preston y que fue presentado el pasado viernes en Sevilla por el Centro Andaluz de las Letras, trata de mostrar un nuevo punto de vista sobre la figura del dictador tras haber indagado en decenas de testimonios, libros y documentos.
—En el libro se insiste en que Franco es un personaje bastante desconocido a pesar de la gran importancia que ha tenido en la historia.
—Si el siglo XX lo marcamos como propuso Hobsbawm como un siglo corto, desde 1914 -con el inicio de la Primera Guerra Mundial- hasta 1989-1991 -con la disolución de la Unión Soviética-, la historia de Franco ocupa las tres cuartas partes del siglo. Es una historia que conviene conocer. El reto era poner orden a todo lo que sabíamos sobre Franco y enfocar una nueva forma de aproximarse al personaje en una era digital como es esta, una era en la que hay más ruido que conocimiento. Lo esencial era comprender al personaje. Es un personaje diverso que hay que entender en muchos contextos y que convive con gente muy diferente. Empieza coexistiendo con Hitler y Mussolini y acaba conviviendo con mandatarios estadounidenses que están perdiendo una guerra en Vietnam. Estuvo marcado por la guerra, la posguerra, la Iglesia y por un ejército unido. En esos años, España pasó de una época de hambre a un periodo de gran bonanza económica.
—¿Cómo puede ser que un personaje tan aparentemente poco carismático lograra un ascenso tan rápido, siendo con 33 años general de brigada?
—Siempre que se habla del carisma, se habla al concepto de Max Weber de que el carisma es producto de la demagogia, de arrastrar a las masas. El carisma de Franco es diferente. Logra su ascenso en la guerra de África, que fue paralela a la Primera Guerra Mundial. Dio un golpe de Estado sin ser jefe de la sublevación y luego gana la guerra. Franco nunca fue ese ser carismático que arrastraba a las masas.
—¿Por qué Franco no aprobó las medidas de Azaña durante la Segunda República?
—Yo creo que cuando él habla de que África le marca una huella indeleble hay tres puntos a tener en cuenta: primero está el hecho de que la pérdida de las colonias era considerado como una traición a la patria. África suponía renovar la vieja tradición española en la que España volvería a enderezar su historia. Eso lo comparten gente como Millán-Astray o Queipo de Llano. El segundo punto se refiere a una especie de animadversión a quienes no valoran a aquellos que están luchando por la patria. El tercer punto hace referencia a que en esa época de África, que viene tras la revolución rusa, todo lo que es bolchevismo y masonería se cuestiona. Franco piensa que la reforma militar que puso en marcha Azaña en 1931 favorece a los que estaban en los despachos y que perjudicaba a quienes habían combatido en África. Pero eso no lo convierte en un conspirador. Cuando se habla de que Franco no conspiró contra la República del 31, no sólo no conspiró sino que Gil-Robles lo nombró jefe del Estado Mayor republicano en mayo del 35. Franco fue un calculador con todo lo que hizo en el poder. Si no lo hubiera destituido Azaña de la Jefatura del Estado Mayor, Franco no hubiera participado en la primera línea conspiratoria. Cuando Azaña lo manda a Canarias, Franco lo vio como un destierro.
—¿En qué medida la memoria histórica ha podido distorsionar los hechos de la Guerra Civil?
—Yo creo que aquí hay tres circunstancias. La primera es que hay que tener en cuenta lo difícil que fue introducir las explicaciones históricas en las aulas, en los centros de secundaria y en las escuelas. No hay mucha gente que estudiara de verdad con sosiego la Guerra Civil. La segunda circunstancia es que la guerra dejó memorias y muchos enfrentamientos abiertos. En tercer lugar, creo que hay una interferencia política. Como historiador he aprendido que nosotros nunca tenemos que adaptar el pasado a nuestro presente ni ocultar lo que encontremos en el pasado porque esté en contra de nuestras ideas del presente. Si hay un camino para hacer las cosas lo más objetivamente posible es a través de la indagación y del conocimiento de las fuentes.
—¿Estuvo Franco al tanto en todo momento de la represión que las tropas de Queipo de Llano protagonizaron durante la sublevación en Sevilla en 1936?
—Franco estuvo siempre al tanto de esa represión. Hay un mito que se reinventa años después y que señalaba que Franco no estuvo al corriente de los hechos en la parte más infame. Con Queipo de Llano es consciente de la represión que hubo en Sevilla. Franco pasa de África y llega a España, y sabe lo que ocurre en Sevilla perfectamente. Es muy digno que se quiera intentar desvincular de estos hechos, pero es impensable que las personas que están al tanto de lo que sucede en su casa estuvieran al final al margen de lo que ocurría.

—La relación de Franco con el cardenal Segura fue siempre muy tensa desde la primera visita del dictador a Sevilla en abril de 1939.
—Esa es una historia muy interesante. El cardenal Segura tuvo una relación muy tensa con la República. En ese momento en que la Iglesia se subordina a Franco, el cardenal Segura fue posiblemente el único jerarca de la Iglesia que marca unos límites. Una cosa es que Franco apareciera como un salvador y otra es la introducción de la política en la Iglesia. Segura era un cura ultranacionalista y ultrarreaccionario, pero tuvo tensiones con el poder. Fue una postura valiente porque los demás miembros de las altas jerarquías eclesiásticas no lo hicieron, pero Segura no renunció nunca a sus posturas antirrepublicanas. Fue un claro defensor de la cruzada, pero no de que la Iglesia se subordinara al poder político.
—Segura también intercedió por el general republicano Antonio Escobar Huerta, que era muy católico y que al final fue sentenciado a muerte por Franco.
—Creo que hay una parte de la Iglesia que apoya esa violencia, pero hay también ejemplos claros de interferencia y de intermediación. Segura fue un ejemplo de esto último, y hubo más casos. Había católicos dentro del socialismo como Julián Besteiro, que era católico y que estuvo con curas vascos en la cárcel de Carmona. La historia no se puede hacer en blanco y negro porque hay personas que se saltan ese blanco y negro. Yo elijo en mi libro a veinticuatro personajes que coexistieron con Franco y ahí hay una diversidad. Muñoz Grande defendió el nazismo, pero se dio cuenta de que en el Pardo entró la familia Martínez Bordiú a saco. Él defendía una austeridad y denuncia a esa familia. Hay matices en los personajes que se explican a través de la indagación y de la investigación. Hay que ver cuántos saldaron cuentas, cuántos actuaron de forma sincera y cuántos se apartaron de un mundo en el que no querían estar. Al lado de Franco están desde doña Carmen Polo hasta el último gobernador civil de Almería. Hay en el libro doce dramatis personae y doce personajes del mundo internacional, desde Hitler a Gerald Ford. Salazar compartió casi toda la dictadura con Franco. Es un personaje muy importante en la historia que cuento, aunque nunca se llevaron tan bien como se dijo desde la diplomacia española y portuguesa. Se vieron siete veces, pero seis de ellas fueron en España junto a la frontera de Portugal. El primero de estos encuentros se hizo en Sevilla. La gente había estudiado poco la relación entre Franco y Salazar. No tuvo otra relación tan intensa con otro jefe de Estado como con Salazar, que al final se distanció de Franco tras la descolonización de Marruecos. Franco vio un modelo en Salazar, pero también mantuvo las distancias. De hecho, mandó al entonces príncipe Juan Carlos al funeral de Salazar. No fue una relación tan feliz como dijo la diplomacia.
—¿Cómo fue la relación que guardó Franco con Sevilla durante la dictadura?
—Sevilla y Zaragoza fueron dos ciudades muy importantes para Franco. Son las dos únicas que estuvieron en la zona de los sublevados desde el principio. Junto con Barcelona y San Sebastián, fueron las ciudades que Franco más visita. Hay una conexión muy estrecha entre Franco y Sevilla. Visitó mucho la academia militar de Zaragoza y Sevilla fue el punto de partida cuando las tropas llegaron desde África y desde aquí avanzaron por Extremadura hacia Madrid.
«Yo valoro la erudición, el rigor y la seriedad, si luego un historiador piensa de forma distinta a mí, eso es intrascendente»
Julián Casanova
Historiador
—¿Qué imagen de Franco tenían Hitler y Mussolini?
—Es un tema bastante sabido y de mucha información. Se abrieron los archivos tras 1945. La relación hasta 1944 es intensa en ambos casos. España no pudo entrar en la Segunda Guerra Mundial y Hitler perdió un poco de contacto por eso, pero en los diarios de Goebbles son muy importantes Serrano Suñer y Franco. También en los diarios de Ciano, yerno de Mussolini, es muy importante Franco. No sólo tenemos los testimonios de Hitler y Mussolini, sino también los de Goebbles y Ciano. Goebbles decía que Franco y su mujer estaban dominados por la Iglesia católica porque veía que no había en ellos nazificación. Los historiadores debemos consultar todas las fuentes. He tenido que jerarquizar y seleccionar la cantidad de información que han dado otros historiadores para un público que lee en le era digital.
—Usted forma parte del comité científico que está asesorando al Gobierno en los actos del 50 aniversario de la conmemoración de la muerte de Franco. Se ha generado mucha polémica con esta efeméride, ¿no es así?
—Debo decir que desde el primer día he separado esta biografía de los actos de conmemoración. Esta estaba planificada desde hacía mucho tiempo. He trabajado los últimos cuatro años de forma muy intensa en este libro. Uno de esos años he estado investigando en bibliotecas de Estados Unidos. El libro es la culminación de un trabajo de hace mucho tiempo. Lo que tienen que valorar los lectores es la aportación que hecho. Después vino la invitación como comisionado para asesorar el cincuenta aniversario de la muerte de Franco. Las conmemoraciones hay que usarlas para dar conocimiento. Toda mi vida he mostrado mi independencia, pero eso no quiere decir que sea neutral en la política. Lo tengo muy claro con Sánchez y también con Estados Unidos, país en el que vivo grandes temporadas y del que no he ocultado lo que pienso sobre Trump.
—¿Qué opina de la visión que sobre Franco han ofrecido historiadores extranjeros como Paul Preston y Stanley G. Payne?
—Son enfoques diferentes y diversos, lo que explica que la historia no tiene ortodoxias. Fueron unas primeras aproximaciones cuando en España no se planteaban esas vías. Fusi abrió un camino. Preston y Payne tuvieron una formación diferente, con una capacidad de síntesis y de narrar que es algo esencial de la escuela anglosajona. También demuestran la diversidad de enfoques que hay sobre la historia. Yo les tengo mucho respeto. Cuando leo, sé lo que estoy leyendo y distingo cuando hay erudición, seriedad y rigor. Eso es lo que yo valoro, si luego un historiador piensa de forma distinta a mí, eso es intrascendente. La capacidad de síntesis y de resumir marca experiencia, formación y muchos años de oficio. Yo sigo esa escuela anglosajona de síntesis. Me he formado en universidades norteamericanas. El mundo angloamericano ha sido una escuela de cómo narrar, sintetizar y de cómo respetar a quienes han aportado cosas antes que tú.
—En su libro hay decenas de testimonios y ha tenido acceso a mucha documentación que no era conocida.
—Sobre todo he tenido acceso a los WikiLeaks y a las audiciones que saltaron con los WikiLeaks. Las últimas páginas del libro trata las grietas que hubo en el régimen tras el asesinato de Carrero Blanco o la Revolución de los Claveles. Todo eso es de las audiciones de WikiLeaks. El descubrimiento histórico no depende de tu capacidad para indagar, sino de tu capacidad para imaginar. Pero imaginar no es inventar. Quería una biografía con capítulos breves con elementos transversales. Dejo hablar a los personajes y nunca adjetivo. Es una forma de narrar diferente que la del historiador que valora o critica la historia. Elegí un camino diferente.
—Sobre la Guerra Civil se ha escrito mucho y se han adoptado todos los puntos de vista posible. ¿Cree que esta monografía suya va a aportar nuevas miradas sobre este conflicto?
—Sobre la Guerra Civil escribí 'España partida en dos', un libro que me pidieron escribir en inglés. Hoy en día hay una idea de que cualquiera puede escribir sobre la guerra civil. Ese libro mío es una obra de referencia en las universidades. Lo que he indagado más en esta biografía es en la relación de Franco con los gobernantes internacionales durante la Segunda Guerra Mundial, que para mí fue una prolongación de la guerra civil. La visión que yo tenía de la guerra civil y de lo importante que fue para Franco no ha cambiado en mí.
—Esta monografía sobre Franco surge después de cuatro décadas de investigación. ¿Qué cree que va a aportar su estudio a la figura de este personaje?
—Hasta ahora no se había estudiado a Franco bien, ni en las aulas tampoco. En dos meses, miles de personas se han interesado sobre este personaje. Las valoraciones en los medios de comunicación son bastante unánimes. La gente está valorando un trabajo en el que tenía muchas esperanzas puestas. Se puede estudiar la historia desde diferentes prismas, pero siempre desde la credibilidad y la fiabilidad. En momentos de bulo y de propaganda, la fiabilidad y la credibilidad son esenciales. Esa credibilidad te la da los filtros que has pasado. Todos esos años de trabajo que tienes detrás te dan esa credibilidad. La monografía está ya por la cuarta edición con una tirada muy grande para un libro de historia. Es un libro que se va a quedar en las bibliotecas, a lo cual aspira cualquier historiador. Hay jóvenes historiadores que no pueden publicar sus libros y que se los tienen que autofinanciar. Mantener la historia en lo más alto de los libros de no ficción es muy importante. Pero todo esto no se consigue sin mucho trabajo previo. Es esencial moverse de tu ciudad, aprender idiomas, etc. Todos los grandes historiadores y otros destacados personajes han hecho esto en la vida. Intento transmitirle todo eso a la gente a la que le enseño.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete