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ABC Cultural

Potente y moderno: el olvidado supertanque que España quiso crear en 1981

El Gobierno confirmó en los años ochenta que impulsaría el diseño de un nuevo carro de combate rojigualdo; el proyecto, sin embargo, cayó en el olvido

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Carros de combate Leopard 2E de la Brigada de Infantería Mecanizada 'Extremadura' XI ABC
Manuel P. Villatoro

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Lo tuvimos en la palma de la mano, pero no cuajó la idea. En 1981, el diario ABC reveló la existencia de una iniciativa que buscaba dar un salto cualitativo en la industria militar española: la creación de un nuevo carro de combate rojigualdo. Aunque la información disponible era limitada, se adelantaba que el diseño tomaría como referencia al Leopard alemán, uno de los modelos más avanzados del momento junto al Abrams estadounidense. Para Gabriel Peña Aranda, entonces director de la división de defensa del Instituto Nacional de Industria, la adopción de tecnología extranjera —muy superior a la patria en aquella época— era una condición necesaria para que España pudiera equiparar sus capacidades blindadas con las de otras potencias europeas.

Aquella decisión supuso, al menos sobre el papel, la apertura de un nuevo horizonte y la clausura de un camino pedregoso iniciado tras la Segunda Guerra Mundial: la adquisición de excedentes a medio mundo para paliar el atraso de las unidades acorazadas españolas. Ya en 1970, cuando el caballo de batalla del Ejército de Tierra eran medio millar de viejos M47 y M48 Patton comprados a Estados Unidos, el Ministerio de Defensa se había visto obligado a hacerse con los desfasados AMX-30 galos. De hecho, se llegó a adquirir su diseño para fabricarlos en la Península. Una década después, las críticas hacia ellos eran masivas. El mismo ABC incidió en que los carristas los definían como «vehículos problemáticos» y «difíciles de conducir».

En palabras del periódico, «los AMX-30 entraron en servicio en Francia en 1966, habiendo sido diseñados a partir del 57». Los 19 primeros del Ejército fueron importados directamente para su envío inmediato al Sáhara, en 1974. Otros 280 fueron fabricados en España por la Empresa Nacional Santa Bárbara y unas 30 compañías subcontratistas. «Aunque los militares los consideran adecuados para la geografía española y califican la torreta y el cañón de 'magníficos', los motores y, especialmente, las cajas de cambio de los AMX-30 han sufrido continuas averías, hablándose en fuentes castrenses de que han llegado a estar inoperativos del 40 al 60 por ciento de los efectivos», apuntaba el diario.

Inyección de dinero

Tres años después, en octubre de 1984, el Gobierno confirmó que inyectaría unos 120.000 millones de pesetas en el proyecto, rebautizado ya como Lince en honor del felino rojigualdo. La idea era que la empresa Santa Bárbara fabricara los nuevos blindados de la mano de una compañía armamentística extranjera. «Santa Bárbara hizo una gran inversión para la construcción de los AMX-30 y, en principio, se pensaba aprovechar para el diseño derivado de este carro», explicaba ABC por aquellos años. La previsión inicial era optimizar el diseño y ensamblar un total de cuatro centenares en un tiempo récord, «para la primera década del año dos mil», destacaba ABC.

A partir de entonces comenzó una carrera entre naciones por tutelar la construcción del futuro tanque hispano. Así, Estados Unidos ofreció la tecnología utilizada para desarrollar el Abrams, Reino Unido la de su Valiant e Italia la del OF-40. Francia, por su parte, puso sobre la mesa varias modificaciones de los blindados existentes. Con todo, fue Alemania la que tomó la delantera desde el primer momento. «El carro de combate español de los noventa tendrá tecnología alemana», desvelaba ABC ya en febrero de 1984, cuando se hizo pública la visita del ministro de Defensa germano a los acuartelamientos de la División Acorazada Brunete y a la fábrica de construcciones aeronáuticas de Getafe.

La empresa alemana que dio un paso al frente fue Krauss-Maffei, que por entonces producía el Leopard 2 –«el carro de combate más avanzado que existe debido a sus especiales características técnicas», según ABC–. Las bondades del blindado convirtieron a la compañía en la deseada por el Ministerio de Defensa. «Un representante de esta empresa, el profesor Timmerman, se encuentra en España para mantener conversaciones con los representantes del Ejército. Entrevistas en las que se tratará, preferentemente, sobre el futuro carro de combate español y su posible vinculación tecnológica con el modelo Leopard», explicaba este diario en 1984.

Ese mismo año, Santa Bárbara y Krauss-Maffei presentaron el diseño para el proyecto Lince. Con 49 toneladas, el carro de combate español sería más ligero y maniobrable que el Leopard 2A4, de 55. La idea era que estuviera adaptado al tipo de combate que se llevaría a cabo en territorio español. Contaría además con un potente cañón de 120 milímetros y tendría una autonomía de 530 kilómetros. Según las noticias de la época, montaría también un motor de 1.200 CV que le permitiría alcanzar una velocidad de hasta 70 kilómetros por hora. Su diseño exterior, con todo, sí sería similar al de su hermano mayor alemán.

Lo que tanto prometía quedó en nada. Aunque el Gobierno aseguró que inyectaría hasta 200.000 millones de pesetas para el Lince, no cerró el proyecto con ninguna empresa. A la par, las únicas noticias que se filtraban a la prensa hablaban del parón del diseño. Cualquier excusa valía. «La celebración del referéndum sobre la OTAN ha condicionado de forma importante la decisión española sobre la tecnología base del futuro carro de combate español, ya que los expertos en imagen del Gobierno entienden que no es conveniente en estos momentos un gasto en armamento de tantos millones», desvelaba ABC en enero de 1986.

Un año después, en enero de 1987, el Consejo de Ministros aprobó la remodelación y actualización de los viejos carros de combate galos del Ejército de Tierra. Fue el primer golpe al blindado hispano. «La modernización del tanque AMX-30 puede frenar el proyecto Lince», publicaba Alfredo Florensa. Y llevaba razón. El puñetazo definitivo lo dio en marzo de 1989 el ministro de Defensa Narcis Serra con una sencilla frase en el Congreso de los Diputados: «Consideramos que debemos dotar al Ejército de Tierra de un nuevo carro de combate y estamos en fase de decidir a qué modelo incorporarnos». Habían cambiado las tornas y lo que primaba, por entonces, era adquirir directamente blindados al exterior.

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