SIEMPRE AMANECE
El tonto Koldo
Así fue como el que creían el bobo de la historia sacó la grabadora y terminó por dinamitar el Gobierno
Pinganillos
De Koldo García Izaguirre se reían mucho en el PSOE porque era grandullón, desgarbado y bruto, con su hacha, su cuerpo peludo y la camiseta aquella de tirantes que le apretaba las tetas en las exhibiciones de deporte rural… Se burlaban mucho de él. Lo ... llevaban por ahí un poco como un personaje del circo de los horrores: el gigante tonto, el machaca, el gorila, el matón, siempre rodeado por esa fama suya de fuerte y el brillo de los neones de la puerta de aquel puticlub en Pamplona que siempre imagino de noche y cayendo un sirimiri eterno. Koldo era un personaje literario del sanchismo. Estaban Gulliver de Swift, Gargantúa de Rabelais, el Polifemo de Homero y el Koldo de José Luis, de Santos y de Pedro. Por la literatura de mi Españita ya va el cuarteto del Peugeot 408 de Milagro a Calahorra, ambientador de pino, un condón en la guantera –se habrá puesto malo con el calor–, parada en el cruce que te conté, y alguien atrás se habrá quitado los zapatos; ¿Quién se ha tirado un pedo? Koldo coronaba en sus dimensiones dolomíticas toda aquella vulgaridad en la que destacaba el bello Sánchez y que ahora derrama, en estética coherencia, toneladas de basura a las puertas de Moncloa.
Alrededor del tamaño de Koldo se tejía una literatura casi de clase que lo rebajaba aún más y que ahora pretenden rematar con el argumento de que todo esto pasó porque contrataron al guardaespaldas de Carlota y Ariadna, la nueva. Si toda aquella mafia salía mal, se decían, aparecería Koldo como perfecto culpable, como el jorobado de Notre Dame de los desmanes de Ferraz y se pondrían a cubierto con que todo esto les habría pasado por confiar en un compañero de baja estofa. A Koldo se le veía la cara de coartada desde que aparecía por los callejones de las plazas de toros en su mitología de cortador de troncos españolista que nunca se iría de la lengua, que se comería el marrón llegado el caso, que nunca tiraría de la manta, pues hay más honor en un portero de un puti que en el secretario general de un partido: un honor de calle, de defender a las chicas, de partirse la cara por los colegas y de partirle las piernas a quien haga falta.
Pasó que Koldo pergeñó la perfecta venganza del idiota. En algún momento se olió que le echarían la culpa a él, como siempre, al de abajo, al grandullón, al puerta del lupanar, y en algún momento, Koldo, que era grande, pero no gilipollas, barruntó que el caso se llamaría Caso Koldo y que estos perfectos hijos de puta le harían comerse el marrón a él. Que se encogerían de hombros señalando que todo eso había pasado por contratar a un gorila de sobrinas y que saldría Sánchez maquillado como un muerto a balbucear que él no es perfecto y que había confiado en quién no debía. Así fue como el que creían el tonto de la historia sacó la grabadora y terminó por dinamitar el Gobierno.
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