LA TRIBU
El campo
Bellísima estampa de las carretas recortadas sobre ti, campo mío, verde, pajizo, amarillo…
Ya tiendes, irremediablemente, a lo pajizo. Lo dice la raspa, la misma raspa que ayer apenas cabeceaba verde, contestándole al viento que le hablaba al oído a la espiga y a la luz que se le posaba sin decir que estaba dándole manos de sol ... para enrubiarla. Las lluvias de marzo te dejaron preparado para la exuberancia, para la satisfacción del fruto. Hoy, esa raspa que pide a gritos las manos últimas, las que acabarán acariciando un apretado chorro de granos, como quien acaricia la cola de una yegua rubia, esa raspa tiene ya más cara de granero que de piojar.
Pero nunca dejas la belleza plena de la mejor edad de la cosecha; siempre tienes un perfil de muchacha hermosa —eso pareces ahora— que paseara entre las mujeres maduras de su vecindad. Y si no me crees, mírate allí donde te sembraron de girasol y verás el más perfecto amarillo, el oro vegetal más impresionante que pudieras inventar. Te he mirado en la vega —para mí, la otra vega— que queda entre el Aljarafe y el Guadalquivir, y el espectáculo del amarillo junto al verde, ribeteado de pajizo, es la más hermosa bandera que pueda ondear en tus dominios. Aunque hay ausencias en las tierras que siempre cuidaste. Me acuerdo de los maizales, la alta belleza del maíz copado. Y de los campos de remolacha. Han cambiado muchos de tus cultivos y plantaciones, como ha cambiado la vida y algunas costumbres de estos sitios, de estas tribus; porque si no hay tabacales, tampoco hay Cruces de Mayo. Si no ves un algodonal desde hace muchos años, tampoco por las calles ves la paz alargada de los malecones de los casinos y la reunión impagable del paseo, aquel ir y venir cargado de palabras y de intenciones, amigos, amigas, novios, novias… Ni tú tienes noches de eras donde se amontonaba la paja de la trilla, ni el pueblo tiene las noches mágicas del cine de verano (ni de invierno). Todo ha cambiado. En tus hazas se levantan árboles tropicales cuya existencia hasta ayer mismo desconocías, y por las calles de la tribu pasean inmigrantes que, en buena parte, ya han conseguido mestizaje, y así, el perfil del campo —tu perfil— y el perfil del pueblo tienen rasgos distintos donde, cada vez menos, se adivina la pinta de las castas. Días de romería, rocieros días de olivares, pinares, dehesas, llanos, infinitos calmos. Bellísima estampa de las carretas recortadas sobre ti, campo mío, verde, pajizo, amarillo… Y tocado de azul.
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